martes, 8 de mayo de 2012

Texto: El laberinto

                                                 Laberinto

Imagino un laberinto.
Dentro, en un lugar incierto, desconocido para mí,habitas tú.
Día tras día pongo todo mi empeño en buscarte.
Al amanecer, cuando abro los ojos, dos o tres minutos antes de que suene el despertador, me veo de pie a la puerta del laberinto. Entro y me pierdo rápidamente en pasillos estrechos, tropiezo con las esquinas, me desespero mirando al cielo en busca de alguna señal que me hable de ti.
Después de correr y correr, de correr y de gritar tu nombre, desesperado, consigo salir del laberinto.

Vuelvo a estar en el mismo lugar, en la puerta.

Luego suena el despertador y me levanto sabiendo que hoy tampoco volveré a verte.

Saca un sobre del bolsillo. Rápidamente se ve que es una carta. Tiene sello y está escrito a mano. Se ve arrugada y un poco antigua.

Hace tiempo recibí esta carta. Yo  no estaba acostumbrado a recibir cartas personales. Sólo facturas y publicidad. El buzón no era para mí un lugar importante. Era un cajón en el que cada día aparecían papeles
por los que no sentía ningún interés. Frecuentemente dejaba sin abrir cartas durante largo tiempo. Era como una especie de venganza. No quería leer: Querido, estimado, apreciado,señor/a, cliente  Tanta cortesía por parte de quién me pasaba facturas o quería venderme algo que no necesitaba me parecía casi un insulto.

Pero ese día había una carta que alguien se había molestado en escribirme. A mí. Era personal. No me vendía nada ni me cobraba ni me trataba de ilustrísima. Supongo que era algún amigo. O quizás no. Nunca lo supe.

Si me permite.

Abre el sobre y enseña esta cartulina.


                                                  



 


Es como si alguien hubiera estado espiando mis pensamientos durante todo este tiempo.

Mira. El tú está dentro de un laberinto. Pero soy yo quien tiene que recorrerlo si quiero acercarme a él. Parece que está esperando que vaya  y sin embargo me somete a una dura prueba. Es el dibujo de lo que imaginaba.

Durante días pensé que era injusto. Si quiere que me acerque,¿por qué no viene directamente, por qué no me espera abiertamente?, ¿por qué tenemos que complicarnos tanto la vida?.

Pasados unos días caí en la cuenta de que, tal vez, el tú no había construido el laberinto a su alrededor sino que estaba prisionero dentro de él. En ese caso,¿quién lo había construido?.

¿Y si el laberinto no existía?, ¿si era un producto de mi mirada?.

Quiero decir que, probablemente, yo estaba viendo un laberinto cuando miraba al tú  pero que seguramente a él le pasaba lo mismo cuando me miraba. Es como si nos mirásemos unos a otros y al hacerlo construyéramos un laberinto; es como si no pudiéramos vernos limpiamente, sin obstáculos, sin barreras.

Los seres humanos, si no somos ciegos, podemos ver. Y sin embargo, si se trata de ver a otro ser humano, nunca tenemos la mirada preparada de antemano. En algún momento perdimos la mirada de la inocencia.

Al principio me invadía una tremenda desazón por no saber quién me había enviado esta carta. Ahora, cada vez tengo menos interés en saberlo. Pienso que puede ser cualquier ser humano. Es como si esta carta me la hubieran enviado todas las personas que voy a conocer en el futuro. Me la envían para avisarme. Para preparar mi mirada. Para que destruya el laberinto antes de cada encuentro. De alguna forma es como si esta carta me la hubieras enviado tú.




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